La Casa Rosada
Lo que no debemos olvidar
La Casa Rosada, película de Palito Ortega Matute (No Karina Calmet, no es el cantante argentino de tu infancia) se estrenó el 3 de mayo. Además de haber recibido varios premios nacionales e internacionales, y llenar las salas donde fue proyectada, ha comenzado a salir de cartelera, aparentemente por presión política o censura, como sugiriera el Diario La República.
El General Donayre, con infeliz comentario, la tildó de apología al terrorismo, por tratar un tema donde el ejercito es el que tortura y asesina. Karina Calmet, publicó en sus redes sociales diversos comentarios contra la película, porque la historia no es contada como ella quisiera, ni termina con el final que ella espera.
No es apología, nadie en su sano juicio va a alabar la violencia ni ponerse del lado de los terroristas. Pero la película narra una verdad que a veces no queremos ver: la política antiterrorista que ejecutó el Estado (en especial en los ochenta) de enfrentar terror contra terror, ocasionó actos terribles y condenables por parte de las fuerzas armadas. (consulten el informe final de la Comisión de la Verdad sino me creen).
Daño colateral, dirán algunos, que no tiene nada de colateral cuando es tu padre, tu hermano o tu amigo el que desaparece. La Casa Rosada es un drama crudo que se basa es casos reales, errores que cometimos como país, recordarlos es una forma de no volver a cometerlos. La violencia siempre debe ser condenada, venga de donde venga.
Este filme cuenta la historia de Adrián Mendoza, un profesor universitario sospechoso de ser terrorista y sometido por ello a terribles torturas en el interior de La Casa Rosada mientras sus hijos inician su búsqueda en la ciudad de Ayacucho. Un caso de miles que debemos recordar, no para defender a los terroristas, ni atacar al ejército, sino para darnos cuenta que cometimos errores, que el Estado no es infalible, que no debemos permitir que esas épocas de dolor y miedo regresen.
Recuerdo el caso de un pueblo de Ayacucho donde llegaba Sendero Luminoso y se hacía atender y alimentar: Luego se iban y llegaba el ejército. Apresaban a todo el que hubiera ayudado o alimentado a senderistas, golpeaban a los sospechosos, los torturaban para que delataran a los “terrucos”; luego se iban. Regresaban los senderistas y mataban a todo el que hubiera hablado, confesado, alimentado o atendido al ejército- Y así, una y otra vez, hasta que el pueblo desapareció y sólo sobrevivieron aquellos pocos que pudieron escapar.
Recordemos que la lucha antisubversiva empezó a tener éxito cuando el Estado se alió con el pueblo, lo organizó les dio armas para que se defendieran, les dio alimentos, apoyó las migraciones de los niños, sus estudios. No hay que olvidar que el terror se combate mejor con justicia social que con más terror.
Para Calmet, el terrorismo fue una época fea porque probablemente los apagones le malograban sus fiestas de año nuevo. Algo malvado que ocurría lejos, en alguna provincia extraterrestre y quizá escuchaba noticias de atentados mientras se hacía la manicure en un spa. Una cosa horrible que mató a miles de peruanos cholos, pobrecitos, agg. Lo que pasa es que la realidad social no se aprende en los ensayos coreográficos de Miss Perú, ni en los entretiempos de grabación de Al fondo hay sitio.
De Donayre, es probable que la solución a la violencia solo haya pasado por comprar bolsas de plástico negras.
Vamos a ver La Casa Rosada, antes de que las presiones la saquen de los cines.