Nos han engañado, nos hicieron cholitos, nos estafaron como recién bajaditos, nos trolearon. Basta viajar al interior del país y visitar los restos de las civilizaciones que estuvieron en estas tierras mucho antes de que los europeos llegaran, y nos sorprenderemos de la grandeza y diversidad de conocimientos científicos y filosóficos que tuvieron que tener estos hombres para hacer lo que hicieron.

Caminar por las calles de Machu Picchu, subir las escaleras de Ollantaytambo, mirar la salida del sol desde el Ushno de Vilcashuamán o pasear por Pisac son prueba de lo absurdo que sería suponer que estos lugares se construyeron sin conocimientos de arquitectura, geometría, física, hidráulica y hasta astronomía ¿Será simple suerte que la mayoría de estos lugares se encuentran orientados a alguna estrella o al eje mismo de la tierra?

Es imposible ver los andenes que pueblan las montañas de toda la sierra peruana, creando microclimas cultivables, recorrer los tramos sobrevivientes del Capac Ñan (red de caminos incas) sin conocimientos de topografía, geografía, botánica o agronomía. Es absurdo suponer que todo esto surgió espontáneamente, casi por azar. Es como suponer que los incas celebraran el Inti Raimi justo el 21 de junio –día del solsticio de invierno- por coincidencia. Una mente científica es indispensable para inferir, deducir consecuencias, inducir teoría. Razonar soluciones y luego construir maravillas.

Nos mintieron vilmente, nos han hecho creer que las culturas andinas eran ágrafas (después de quemar toneladas de quipus, tokapus y varayocs con información valiosa, gracias a la extirpación de idolatrías). Nos han hecho creer que los incas no realizaban operaciones matemáticas complejas, que eran solo agricultores empíricos y guerreros, cuando en los Yachayhuasis se enseñaba matemática con la Yupana, un sistema de cálculo muy superior al ábaco que sorprendía a los propios cronistas.

Peor aún, nos han querido hacer creer que los hombres andinos eran supersticiosos y salvajes y que la religión cristiana los vino a civilizar. Olvidan que hasta los más atrasados pueblos de América pre-europea (los pieles rojas norteamericanos por ejemplo) a pesar de no tener gran tecnología, poseían principios filosóficos que recién en el siglo XXI estamos empezando a valorar y comprender (baste leer la carta del Jefe Seattle al presidente norteamericano Franklin Pierce en 1854, parece la carta de un filósofo a un comerciante).

Estoy harto de ver Alienígenas Ancestrales (no voy a negar que es uno de los programas más entretenidos de History) y otros intentos europeos y anglosajones por justificar la conquista, la esclavitud el robo y la aniquilación de los pueblos indígenas. Desde la época de Bartolomé de la Casas, los sacerdotes y soldados de la conquista sostenían que los indios americanos no eran humanos, solo así justificaban éticamente sus tropelías y abominaciones. Hoy está de moda creer que todas esas maravillas las hicieron seres venidos de otros planetas ¿Cómo cosas tan extraordinarias podrían ser hechas por razas atrasadas y embrutecidas? (como decía Clemente Palma), seres semi humanos, sin ciencia, sin escritura y adoradores de dioses falsos y demoniacos.

Pensar que fueron seres del espacio lava un poco la consciencia de quienes destruyeron, saquearon, asesinaron y arrasaron con una cultura (o muchas) que en la edad media , en muchos aspectos, eran más evolucionadas que Europa. Un buen criminal procura borrar todas las pistas de su crimen. Pero no hay crimen perfecto.

Como peruanos estamos en la obligación de conocer nuestro pasado, perseguir las pistas que las manos ávidas de oro no pudieron borrar; investigar, leer, conocer las tradiciones sobrevivientes, para descubrir la grandeza de nuestro pasado, de nuestra cultura.

Sí, también nos han hecho creer que el camino no es el pasado, ni la agricultura, ni la filosofía; ya ni los valores, ni el orden, ni el saber son importantes. Esta civilización del espectáculo nos hace creer que el futuro está en la tecnología, en la diversión en la conexión y el desarrollo, el progreso, el éxito. Y claro nos conquistan de nuevo, una y otra vez, llegan las carabelas, los cañones, arcabuces y caballos con armadura; disfrazados de publicidad, de TV basura, de ideología, de competencia y de éxito. Nos conquistan y esclavizan de nuevo.

Pero no podemos ser libres sin saber quiénes somos y de dónde venimos. Tal vez todavía estemos a tiempo de crear una cultura nueva, insertada en la modernidad y en el sistema globalizado, pero a la vez nutrida de sus raíces, sin avergonzarse de su pasado, de su idioma, de sus costumbres, niños orgullosos de tener una cultura rica que sobrevive a pesar de 500 años de intentos por sofocarla.

La ciudad madre –que hoy llamamos Caral- floreció con sus pirámides y esplendor cuando en Europa todavía no se había difundido la agricultura. El imperio Chavín con todos sus conocimientos astronómicos, orfebrería, textilería, cerámica, agricultura y ciencia guerrera, con filosofía y religión que imponía valores en las psiques de los hombres, era contemporánea al Egipto faraónico. Incluso en la colonia los primeros españoles cultos que llegaron con la conquista se dieron cuenta de esto. Como decía mi profesor Sanmarquino Ricardo Falla Barreda “Cuando los colonos ingleses estaban matando apaches en el Oeste norteamericano, el Perú ya tenía universidad”.

No me cuenten historias de Anunnakis en el Perú, no me vengan con el cuento del viejo mundo ni de la madre patria; no me hablen del descubrimiento de América: ya existíamos antes de que el idealista Colón creyera que había llegado a la India. La ciencia, la escritura, el arte y ecología ya existían mucho antes de que el criador de cerdos que fue Pizarro llegara a engañar a los incas –como dice Abanto Morales- con muchas promesas bonitas y falsas.