Se llama Mónica, igual que mi esposa. Fue mi alumna de publicidad hace algunos años y estaba embarazada. Irónicamente, era 13 de agosto, día de la marcha contra la violencia y cumpleaños de mi esposa. Estaba feliz con sus exámenes médicos que la declaraban futura madre. Él también quiso ir a ver los exámenes, la invitó a almorzar, un ceviche y una cerveza. La invitó a caminar por el centro de Lima, se cruzaron con muchas mujeres con su polos blancos que decían #Niunamenos. Caminaron, conversaron de lo difícil que sería criar un hijo.
Se llama Mónica, igual que mi hija. Él la invitó al cine pero luego se arrepintió. Estaba nervioso, como que quisiera decirle algo. Siguieron caminando, llegaron al puente Trujillo, donde pasan los colectivos hacia San Juan de Lurigancho. Él se acercó a un auto blanco estacionado donde estaba un hombre de gorra azul y cabello ondeado de piel trigueña leyendo el periódico. Estaba oscuro, el colectivo no tenía letreros.
Él preguntó: ¿Las Flores? El chofer dijo Sí. Subieron. No esperaron otro pasajero, el auto arrancó inmediatamente. A media cuadra más adelante subió otro hombre trigueño, no muy alto, de cabello corto, y se sentó adelante.
Cuando llegaron al paradero quince de Las Flores, ella dijo ¡baja! Pero el chofer no hizo caso. Su expareja que estaba a su lado miraba al piso sin hablar. El auto aceleró y dobló en la Av. Los Postes y entró a una calle oscura. El chofer detuvo el carro. Se bajó y se acercó a la puerta de él. El copiloto empezó a ahorcarla, apretó su cuello con cólera, hasta sofocarla.
Ella suplicó, gritó que estaba embarazada. Lo vio a él de reojo (a su expareja) con la cabeza agachada, mirando hacia la puerta del carro. Empezaron a golpearla en el rostro, en el vientre.
Se llama Mónica, como varias de mis amigas, y no recuerda nada más. Pensó que moriría, pero despertó en la calle frente a un grifo. Él todavía estaba con ella. Intentó llevarla a un hospedaje. Ella indignada pidió ir a un hospital. Los ojos inyectados de sangre por el ahorcamiento, el cuerpo adolorido por los golpes, un ojo moreteado e hinchado. Él decía: "¡Estoy nervioso, no sé qué hacer, tu mamá, va a pensar que yo te pegué...!"
Le robaron el celular, pero no la revisaron (extraño asalto), tenía su dinero y su tarjeta del banco. Desesperada y adolorida insistió para ir a la Comisaría de Huayrona. Él dijo que lo apuntaron con un arma, que le robaron 200 soles y su DNI. El Comisario no hizo una denuncia formal ya que no había muchos datos, ni placa ni descripciones detalladas. Hicieron sólo una denuncia simple que él firmó bastante nervioso.
Cuando él la llevó a su casa, la mamá de Mónica se asustó. Le contaron que los habían asaltado, lloraron.
Se llama Mónica, Melina Mónica. Cuando entró al baño de su casa se dio cuenta que su ropa interior estaba húmeda y en ella encontró dos pastillas blancas abortivas. Lloró como nunca, ató cabos, sospechó, maldijo. Se lavó lo mejor que pudo y fue con su madre a la comisaría. El médico legista la revisó y se tomaron notas.
Se llama Melina Mónica Moncada, y pudo haber sido tu hermana o tu hija. Luego de unas horas ingresó de emergencia a un hospital con dolores y sangrando. El bebé ya estaba muerto. El médico le dio el diagnóstico: “aborto incompleto policontuso…” y algo más que no recuerda. Lloró de nuevo, maldijo al que fuera su pareja, él no quería ser padre y escogió la forma más cobarde de huir.
Se llama Mónica y quiere justicia. La vergüenza ya pasó a un segundo plano. Quiere que todos conozcan su caso, que nadie más pase por lo que ella pasó, que ninguna se quede callada.
Lo que yo quiero es que el culpable vaya a la cárcel.