EL GOCE DE LA CARNE
No suelo hablar de este tema, ni hacer proselitismo alimenticio, ni apología del vegetarianismo. No me gusta meterme en la vida de nadie, respeto tus costumbres, tus anticuchos, tus salchichas y tus pollos a la brasa; pero ya que me lo han preguntado tantas veces, hoy me animaré a dar una respuesta.
“…considero que la vida de un cordero no es menos valiosa que la de un ser humano.”
Cada vez que conozco a alguien, y se entera de que soy vegetariano, me veo sometido al mismo interrogatorio de siempre: ¿Por qué no comes carne? ¿Es por religión? ¿A qué secta perteneces? O soy víctima de los comentarios típicos: “no sabes lo que te pierdes”, “tienes una gran fuerza de voluntad”, o “eres bien raro”. Están también, por supuesto, los que no pueden contener la risa dejándose llevar por el estereotipo de vegetariano famélico y desnutrido que contradice mi contextura robusta (por usar un eufemismo) ignorando que el peso no tiene relación con la ingesta de carne.
¡A ver, tú! ¿Por qué me pides explicaciones? ¿Yo te pregunto porqué comes trozos de cadáveres de vaca con papas fritas y le dices lomo saltado? ¿Te pregunto por tu religión cuando te embutes una hamburguesa de restos de carne industrial con mayonesa y todas las cremas? Supongo que la mayoría pregunta por curiosidad más que con ánimo de molestar. En este Perú moderno con el auge de la gastronomía carnívora, les parece casi extraterrestre que alguien pueda decidir no comer animales por cuestiones de principios, sin que me lo ordene ninguna religión, ni me lo imponga una prescripción médica.
Neal Barnard, famoso médico norteamericano, experto en nutrición, autor, investigador clínico y presidente fundador del Comité de Médicos por una Medicina Responsable (PCRM), realizando una charla en una escuela primaria respecto a los animales de granja, preguntó a los niños: ¿Si ustedes fueran cerdos, preferirían estar aprisionados en un edificio, en un espacio donde apenas podrían cambiar de posición, o les gustaría estar en el campo libres, con sus familias? Todos reaccionaron instantáneamente ¡con nuestras familias!
Este enfoque que trata de ponernos en el lugar de un animal podría ser complementado con una pregunta fantasiosa: ¿Aceptaríamos que bajo el argumento de ser más evolucionados, una especie extraterrestre, tecnológicamente más avanzada, nos esclavizara y nos comiera?
Casi 500 años antes de Cristo, Confucio expresó: “no hagas a otro, lo que no quieras que te hagan a ti”, y hace poco más de dos mil años, el fundador del cristianismo afirmó: “Lo que desees que otros te hagan a ti, hazlo a los demás…” (Mt. 7:12) ¿Será que nuestros actos morales son aplicables solamente entre humanos?
Palabras como cerdo, ganado, rata, gato, perra, pollo, vaca, zorro, cabrón y alimaña, entre otros, se usan muchas veces para denigrar a otro ser humano, precisamente deshumanizándolo y, a través de ello, justificando cualquier acción que se realice contra esas personas: esclavitud, explotación o violencia en alguna de sus formas. Es demasiado presuntuoso pensar que todo en la naturaleza está hecho para la satisfacción de nuestros placeres, debemos plantearnos la pregunta propuesta por Gracia Fay Ellwood, miembro de la Agrupación protectora de animales Orange Grove Friends Meeting de Pasadena, California, en el título de su libro: ¿Son los animales nuestro prójimo? Creo que no hay razón para pensar que la crueldad sólo sea tal, cuando el acto cruel se realice a otros seres humanos.
Hasta hace unos 20 años, se creía que comer carne era necesario para la salud humana, pero los nuevos descubrimientos en nutrición y salud, revelan que la carne no es tan necesaria como se pensaba. Es verdad que ciertos organismos no pueden vivir sin proteína animal, pero son la excepción no la regla. La verdadera razón de la ingesta de carne en la actualidad es el placer. Se asume que disfrutar de un buen bistec o una parrillada, justifica cualquier acto de crueldad con la res que, al no ser visible, preferimos pensar que no ocurre. La labor de muchos grupos activistas del vegetarianismo es hacer conocer los daños que causa este placer masivo intentando generar consciencia.
Uno de los problemas graves es la masificación del consumo de carne. En siglos pasados, solo comía carne la clase pudiente de cualquier sociedad; actualmente la industria de la carne atiende ingentes demandas de alimentos derivados de la carne pero a un precio terrible: la salvaje crueldad (además de diversos desórdenes alimenticios como consecuencia del consumo de la comida chatarra).
Jeffrey Masson, un escritor estadounidense conocido por sus conclusiones acerca de Sigmund Freud y el psicoanálisis, cuenta la historia de Floyd, un cerdo que vivía en un santuario para animales en California del Norte. Por varias razones fue necesario trasladarlo a otro santuario donde era tratado de la misma manera, amable y hospitalaria, sin embargo Floyd ya no jugaba, no comía, gemía en los rincones y no socializaba con otros cerdos. Cuando lo visitó su antiguo cuidador, Floyd recobró la alegría, se acercó moviendo el rabo de un lado a otro como un perrito faldero, olió a su antiguo amigo, y fue luego a la parte trasera de la camioneta y se subió de un salto.
Si Floyd hubiera sido un ser humano llamaríamos a esto afecto, pero si nuestro único contacto con los cerdos es comerlos, sería muy incómodo pensar que el cadáver que estamos comiendo es un ser capaz de amar y de extrañar. Pero Floyd no debería quejarse; él vivía en un paraíso comparado con los miles de cerdos que son sacrificados todos los días en el mundo, viviendo en lugares donde apenas son capaces de moverse por el hacinamiento. Para vivir con otros cerdos se les tiene que cortar la cola y sacar los dientes para que no se hagan daño entre ellos debido al estrés. Se les alimenta con hormonas de engorde hasta que sus patas no pueden soportar estar de pie y al no poder moverse lo único que hacen es comer. Ciertamente disfrutaremos más de nuestro pan con chicharrón si no pensamos en ello, mejor si no sabemos.
Mi respuesta a las preguntas del inicio es sencilla: no como carne porque estoy en contra de la crueldad a la que someten a estos pobres seres. Comprar y comer su carne es ser cómplice de esa acción que algún día le pasará factura a la humanidad.
Si estamos en una isla desierta y debo pescar para sobrevivir, seguramente lo haré y comeré pescado o lo que pueda cazar. Pero no es el caso de la mayoría de nosotros en la actualidad, tenemos opciones que no implican el daño ni la crueldad, ¿debemos mantener las tradiciones así nos parezcan hoy salvajes? Sin duda asesinaría a alguien que pretenda matar a mi familia, pero no mataría solo por placer, por tradición o porque es socialmente aceptado. ¿No es eso lo que hacemos con los animales?
No hablaré hoy de las vacas lecheras que son separadas de su crías para evitar que tomen la leche que nosotros ponemos en cajas, los terneros son convertidos en embutidos y las vacas como toda hembra de especie, gritan, golpean y gimen cuando son separadas de sus hijos. Condenadas a lamer cubos de sal, para que tengan más y más sed y de esa manera tomen más agua y produzcan más leche. Los animales no son capaces de reflexionar sobre el sistema que los victimiza, no pueden hablar, pero un ser humano sí, ¿queremos ser parte de esto? Yo no.
Secuestro, sometimiento, robo, asesinato, tortura, explotación, son palabras desagradables que denotan acciones egoístas, crueles y deliberadas ¿no se les hace eso a las especies que proveen su carne a los mercados? ¿Podemos ser inconscientes ante esto? Me dirán seguro que estoy medio loco, que no voy a cambiar las costumbres de los demás, que no moleste, y me darán una serie de argumentos que en mis oídos sonarán a justificaciones, pero ténganlo en claro: No quiero cambiar las costumbres de nadie, solo no quiero ser parte de esto. Llámame estúpido si quieres, yo te llamaré asesino.